LA JIMENA
Por Mercedes Sophía Ramos, escritora
Grupo ALAS
Fuensanta Jiménez González, nació en Coín en el año 1911, sus
padres tuvieron once hijos y todos ellos se dedicaban a las tareas del campo,
la familia vivía en el cortijo Benítez en un ambiente humilde y distendido, las
faenas del campo ocupaban la mayor parte de su tiempo.
En los años veinte del
pasado siglo, la libertad para las mujeres estaba condenada por la ignorancia
más tangible, entonces, casi ninguna mujer era consciente de su existencia y
mucho menos de su práctica unipersonal, el patriarcado seguía instalando sus
imbatibles columnas ante una sociedad que potenciaba la indefensión total de
las mujeres, en esas deplorables condiciones La Jimena construyó su propio
universo, su fortaleza adelantada a los tiempos y su constante afán por el arte
marcó su incuestionable destino.
La Jimena concilió un compromiso ineludible con su vocación
de cantante, nada le detuvo y nadie eludió su don natural para interpretar
palos del flamenco sin haber recibido estudios previos, su autoaprendizaje sin
displicencia fue su máxima herramienta en toda su carrera, además, su impronta
le permitía bucear e innovar nuevos ritmos dentro de la disciplina rigurosa de
los más puros cantes.
Otras de sus muchas cualidades, se anunciaban en sus
composiciones y letrillas inéditas, son muchas las que se le atribuyen a esta
incansable enamorada de la copla, entre ellas, una de sus seguiriyas que decía
así:
Coín de mi vida
no quiero perderte
antes que eso pase
prefiero la m…
Yo quiero llevarte
en el fondo mi alma
y que me persigas
para así quererte…
Entre
cosechas de limones y naranjas La Jimena se marcaba cantes de libre
inspiración, algunos inventados con propia letra y otros eran éxitos consagrados del momento, parece seguro
que el poco renombre de La Jimena responde más a su condición de ser mujer que
a su propia valía como cantante, en esos años no estaba bien visto que una
mujer se decantara por el arte y menos aún por la canción flamenca, esa
exposición para la época era sospechosa por apuntar a ser cabeza ligera o fácil
para menesteres poco recomendables.
Así que por esa sinrazón y por otras mucho más inadmisibles,
La Jimena solo cantaba en bodas y bautizos, algunas veces, amenizaba en coros y
danzas y poco más, de ahí su poca fama con respecto a los varones cantantes del
momento, la desigualdad se patentaba con mayúsculas y de la manera más natural.
Con todas esas barreras insalvables y a pesar de ellas,
cuando cantaba retumbaba su voz potente y clara, su eco rítmico recorría veloz
entre el río para subirse a las montañas más altas del lugar, su afición por
cantar le proporcionaba una espontaneidad singular para afinarse en una de sus
tonada a la mínima ocasión, ella cada día asentaba más su inspiración de
cantante, el hecho de tener a su padre en total disconformidad con su arte,
nunca le mermó en su empeño por continuar, para ella actuar en público era su mayor felicidad, en
los días grandes de Coín La Jimena se arrancaba sin más interés que la de obtener
la ovación general de sus paisanos.
Los teatros del momento los frecuentaban los
hombres e incluso dicen que en algunas ocasiones no se les permitía la entrada
a mujeres, por tanto, entre bambalinas y toldos se apreciaba un público
mayoritariamente masculino, por suerte, esa costumbre medieval se fue igualando
en décadas posteriores. Las mujeres artistas para consagrarse como tales debían
partir a países extranjeros bastante más modernizados, la desigualdad en el
número de ellas con respecto al hombre era aplastante. Esa diferencia se hace
patente en La Jimena, las mínimas referencias y la insuficiente polarización
que dejó su trayectoria determinan sobradamente el perfil anquilosado de la
sociedad de aquellos años.
Así y con tantos y
descomunales impedimentos persistía su talento, dentro de su estrecho círculo
insistía el caudal de su espléndida voz y también el arrojo de su personalidad,
ella dejaba convencidos a los entendidos que tuvieron la oportunidad de
disfrutar de su arte y del flamenco especial que interpretaba, cantes hondos,
saetas y letras acordes con labranzas y estampas del momento que lucía
entregada y segura. En ferias de la localidad y días de fiesta señalados los
campesinos se reunían en el campo, a la usanza tradicional de sopas en lebrillo
y abundante festejo saltaban las primeras voces cantoras, entre ellas, la que
pudo ser una gran figura si hubiese nacido unas décadas después al tiempo
arcaico en que le tocó vivir.
Finalmente, La Jimena
pudo alcanzar uno de sus principales sueños, esa vivencia la pudo lograr cuando
en el año 1962 actuó en el Teatro Cervantes de Málaga, ese día demostró su
talento ante la presencia de un público que llenaba totalmente el recinto, su
espontaneidad enlazó con su gran habilidad artística, ella decidió instintivamente
prescindir del micrófono y cantar a viva voz, la seguridad que irradiaba en sus
cantos propició una aclamación general entre los asistentes que colmaban el
teatro. Ese día pudo saborear la gloria más merecida, de alguna manera, se
había consagrado oficialmente como una de las voces femeninas más punteras del
momento, especialmente en las muchas disciplinas que abarca el cante flamenco
es necesario ganarse el respeto, no solo del público sino de la esencia que lo
compone, La Jimena cumplió todos los requisitos para ser recordada como digna
embajadora de su arte.
Es indispensable recalcar
que esta mujer que nos dejó en el año 2005, supo sobradamente plasmar su imagen
en un ámbito de absoluta libertad, su invencible voluntad le permitió encumbrar
su independencia con pleno derecho. Probablemente sin ella saberlo, siguió los
pasos de Simone de Beauvoir, ella decía: “Que nada nos limite, que nada nos defina,
que nada nos sujete, que la libertad sea nuestra propia sustancia”.
A LA JIMENA
Yo
no puedo cantar como un jilguero
estoy
encerrá sin causa
qué
pena no haber sio hombre
pa
no estar en esta jaula.
Como
un pájaro perdió
soy
mujer a mucho orgullo
y
tengo el arma partía
como
una flor retorcía.
Mi
padre no quiere ver
que
si no canto me arrugo
me
desespero en la tierra
como
una rosa caía.
Él
no se ve arrepentío
no
me mira ni me habla
solo
canto a los naranjos
como
una presa escondía.
Yo
quiero cantarle al mundo
pa
que tos me reconozcan
y
me aplaudan y me admiren
como
estrella renacía.
Soy
flamenca de tronío
eso
yo no lo elegí
me
vino solo y temprano
como
una rosa de abril.
Si
este río hablara
de
mis sentías letrillas
que
me abordan y me nacen
sin
yo pensarlas siquiera.
Sin
apenas darme cuenta
el
lucero me abrazó
Coín
pudo ser testigo
de
mi arte y de mi voz.
Ojalá
algún día me recuerden
que
me nombren y me añoren
por
todos los rinconcitos
de
este pueblo tan bonito.
Coín
ha estao presente
de
toas estas cosas que digo
yo
quiero que me persigas
como
una estrella que brilla.
Coín
de mi vida tú nunca me olvides
antes
que eso pase prefiero la…
yo
quiero llevarte en el fondo mi arma
cantarte
por siempre y nunca perderte.
© Mercedes Sophía Ramos
Páginas del libro Coín en la Memoria de Sebastián Gámez Santos y María Enríquez Carabantes, donde se habla de La Jimena.
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